24/8/10
Orlando
"Al fin, sin embargo, hizo alto. Estaba describiendo, como describen siempre todos los poetas jóvenes, la naturaleza, y a fin de precisar determinado matiz de verde, miró (y en esto demostró más audacia que la mayoría) la cosa en cuestión, que dio en ser un arbusto de laurel que crecía bajo la ventana. Tras esto, naturalmente, ya no pudo escribir más. Una cosa es el verde de la naturaleza y otra el verde de la literatura. La naturaleza y las letras parecen tenerse una natural antipatía; ponedlas juntas y se harán trizas la una a la otra. El matiz de verde que ahora veía Orlando malogró su rima y su metro. Además, la naturaleza tiene sus propios ardides. Basta con ver a través de la ventana las abejas entre las flores, un perro boztezando, el sol que se pone; basta con decir "cuántos soles más veré ponerse", etc., etc (la idea es de sobra conocida para que resulte digna de escribirse), y uno suelta la pluma, coge la capa, sale de la habitación, y al hacerlo, se engancha el pie en un arcón pintado. Porque Orlando era un poquito torpe.
(...)
Al fin, poniéndose en pie de un salto (era invierno ahora y hacía mucho frío), Orlando pronunció uno de los más notorios juramentos de su vida, por que lo ligó a las más estricta servidumbre. "Que me maten", dijo, "si vuelvo a escribir otra palabra, o intento escribir otra palabra, para complacer a Nick Greene o a la Musa. Bien, mal o mediocremente, de hoy en adelante sólo escribiré para complacerme a mí mismo"; y aquí hizo ver la cara de aquel hombre sardónico y de labio colgante. Después de esto, la Memoria, como el perro que se escabulle al ver que te inclinas para lanzarle una piedra, escamoteó la efigie de Nick Greene y la sustituyó por... nada.
(...)
Entregado largo tiempo a profundas reflexiones, como la importancia del anonimato, y la delicia de no ser renombrado, sino ser como una ola que regresa al profundo seno del mar; pensando en cómo el anonimato libra la mente del fastidio de la envidia y del despecho; en cómo hace correr por las venas las aguas puras de la generosidad y de la magnanimidad; en cómo permite dar y recibir, sin retribución o alabanza a cambio; lo que, suponía él, debería ser característico de todos los grandes poetas (aunque su conocimiento de la lengua griega no era suficiente para asegurarlo), porque así tenía que haber escrito Shakespeare, así tenían que trabajado los constructores de catedrales, anónimamente, sin necesidad de renombre o de agradecimientos, sino con sólo su trabajo durante el día y tal vez un poco de cerveza durante la noche... "Que vida esa tan admirable", pensó, estirando las piernas bajo el roble. "¿Y por qué no disfrutarla ahora mismo?" Aquel pensamiento le hirió como una bala. La Ambición se hundió como el plomo. Libre del resquemor de un amor rechazado, y de la vanidad de la herida, y de todas las punzadas y los pinchazos que el lecho de ortigas que es esta vida le había causado cuando codiciaba la Fama, pero que nada podía contra una persona que no busca la Gloria, Orlando abrió los ojos, que había tenido abiertos todo el rato, aunque solo viendo pensamientos, y vio, tendida a sus pies, en la hondonada, su casa.
(...)
El pecho de los hombres no encierra pasión más fuerte que la de conseguir que los demás crean lo que ellos creen. Nada siega tan de raíz la felicidad como la sensación de que otro valora por lo bajo lo que nosotros consideramos del más alto precio. Whigs y Tories, o sea Partido Liberal y Partido Conservador... ¿por qué luchan sino por su propio prestigio? Lo que lanza a un barrio contra otro, y lo que lleva a una parroquia a luchar contra otra, no es el amor a la verdad, sino el deseo de imponerse. Todos ambicionamos más la paz de espíritu y la subordinación, que el triunfo de la verdad y la exaltación de la virtud... Pero estas moralejas pertenecen a los historiadores, y a ellos se las dejaremos, por que son más pesadas que el plomo."
Orlando (1928)
Virginia Woolf
Solo me he leído este y este otro libro de la Woolf, pero la verdad es que cada vez la adoro un poquito mas y sigo pensando que la gente debería leerse más a esta Señora y no tanta mierda de autoayuda, después de todo, ¿Quién teme a Virginia Woolf? ;-)
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La adoro. Dicen que este libro es la mayor y mejor carta del amor jamás escrita...
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